Durante los días 8 y 9 de octubre de 2018 tuvo lugar un encuentro de todas las personas que trabajan en la Fundación Jérôme Lejeune y parte del Instituto Lejeune en París. Desde la delegación de Madrid asistieron la Presidenta de la Fundación en Madrid, Mónica López Barahona, su Director, Pablo Siegrist, y la Secretaria Académica de la Cátedra de Bioética Jérôme Lejeune, Elena Postigo.
El encuentro fue una ocasión para profundizar en la persona del Profesor Lejeune, su legado humano y científico, la identidad y fines de la Fundación. El Presidente de la Fundación, Jean Marie Le Méné, quien realizó una semblanza del Profesor Lejeune, destacó su valentía, su capacidad de ir a contracorriente sin temor, y al mismo tiempo su fuerte sentido de la prudencia y de la justicia. Explicó cómo era un hombre profundamente inteligente, con gran sentido del humor, amable, original y con un fuerte sentido artístico. Médico por vocación, “un hombre extraordinario que se porta con normalidad”. Mostró cómo su trabajo y legado tienen no solamente una finalidad científica y médica, sino también política y metapolítica, en el sentido que supo captar una tendencia eugenésica de las personas con Síndrome de Down que en aquellos momentos comenzaba a despuntar. “El hombre que consiente con el aborto ya no es el mismo”. “El hombre que acepta el aborto ya no es el mismo”, destacó Le Méné. Lejeune percibió antes que nadie lo que suponía la legalización del aborto, a nivel individual, filosófico, social y político (recordemos que en Francia el debate sobre el aborto tuvo lugar en torno al final de los 60 y comienzos de los 70).
El Doctor Lejeune padeció un fuerte ostracismo profesional por oponerse abiertamente al aborto, no obstante, se mantuvo fiel al respeto y cuidado de toda vida humana. La Iglesia y el Papa San Juan Pablo II lo reconfortaron en aquella situación y le nombraron miembro consultor de la Pontificia Academia de las Ciencias primero, y posteriormente, primer presidente de la Academia Pontificia pro Vita, cargo que ocupó hasta su fallecimiento prematuro por enfermedad.
Lejeune fue un visionario, anticipó todo lo que llegaría después del aborto y la contracepción: la píldora del día después, las técnicas de fecundación in vitro, la gestación subrogada, la clonación humana, etc. Mantuvo una lucidez y capacidad de intuir los problemas de forma en que sólo los sabios y los santos saben hacer. Estamos ante un personaje histórico de gran magnitud: médico, investigador, defensor de la vida, “servidor de la vida”, como a él le gustaba definirse. La Fundación tiene el deber de dar continuidad a la labor iniciada por el Profesor Lejeune: cuidar de las personas con discapacidad intelectual con base genética, investigar y defender la vida humana como él hizo.
Por su parte, Aude Dugast, Postuladora del Proceso de Beatificación de Lejeune en Roma, realizó un estudio de las virtudes heroicas del Profesor Lejeune. Desde las virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, hasta las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las virtudes menores (generosidad, pobreza, obediencia, veracidad, etc.). Mostró como el Dr. Lejeune las vivió todas y cada una de ellas, desde la inteligencia que busca la verdad y sirve a la verdad, hasta el servicio a los más pequeños con su vida, que glosa aquel dictum evangélico con el que concluye alguna de sus intervenciones y que tanto le gustaba: “en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt, 25, 40).
Tras pasar un día en la casa de campo que tienen los Lejeune desde hace décadas, almorzar en el jardín junto a Madame Lejeune, y poder ver de cerca el taller anejo donde el Profesor trabajaba, la tarde del día 9 de octubre todos los miembros de la Fundación Jérôme Lejeune se dirigieron al cementerio de Chalo Saint-Mars donde descansan los restos del Profesor Jérôme Lejenue para rezar ante su sepultura y recordar la visita que realizó a aquel lugar San Juan Pablo II el 22 de agosto de 1997 para orar ante su sepulcro.
Dos días que permanecerán como un recuerdo imborrable en quienes los vivieron, por la cercanía con las personas y lugares en los que vivió Lejeune, y por tocar con mano la santidad y la normalidad, a la par que el heroísmo, con los que vivió su vida.